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jueves, 19 de mayo de 2011

Capítulo IX

3 de agosto de 2019




-Hola, Rob –saludó Mark Brigham entrando en la habitación del hospital. Tras él caminaba Grace Brigham tan bella como siempre. Mark iba hecho un pincel, también como siempre. Le dio la mano a su hermano y se quedaron los tres a los pies de la cama. Mark observó a su cuñada totalmente vendada y entubada y suspiró con pesar-. Vaya putada, hermano.
-Sí, lo es. ¿Qué haces aquí? –Robert sonó más borde de lo que pretendía.
-Sabemos lo de Jessica y ahora esto… Además, cuando me enteré de la muerte de los Connor me quedé de piedra. Sabía que erais buenos amigos y supuse el dolor que sentirías. Hemos traído flores.
-¿Dónde están? –preguntó Robert mirándoles extrañado. Grace soltó una risita.
-Caminando hacia la habitación Mark recordó que Melissa odia ese tipo de detalles y le regaló el ramo a una niña con leucemia –dijo Grace.
-Vaya, gracias. Sentaos si queréis.
-Vamos a la cafetería, Rob –dijo Mark haciendo un ademán con el brazo hacia la puerta. Robert negó con la cabeza-. Insisto, Rob. Lo necesitas.


 Robert estaba sentado frente a Grace y a su hermano en una mesa circular. Sobre la superficie había tres humeantes tazas. Mark tomaba un café con leche, Grace un capuchino y Robert un café sólo.
Grace terminó de mezclar el azúcar en su taza y la dejó pulcramente en el platillo para luego llevarse la taza a los labios y dar un recatado sorbo. Las costumbres de Audrey Brigham ya habían llegado a la joven Grace. Si no tenía cuidado pronto Grace se convertiría en la hija que Audrey nunca tuvo.
Un grupo de médicos y enfermeros salieron del ascensor y se sentaron en una mesa a unos cuantos metros y uno de ellos se levantó para pedir los cafés y batidos.

-Sé que suena estúpido –dijo Mark-, pero ¿cómo estás? –Robert infló los carrillos para luego soltar el aire mientras observaba su taza con gesto cansado.
-No estoy bien, Mark. No lo estoy. Todo va demasiado deprisa. Todo esto ha pasado en menos de… ¡bah! Ni si quiera sé cuánto tiempo ha pasado. ¡Ni si quiera sé qué día es hoy! Y encima me han hecho jefe de Connor’s Chair. No estoy en pleno uso de mis facultades como para mantener con vida el negocio de Charles. Cada vez que tengo que entrar en la oficina veo una foto de Charles y Amanda poniendo las manos sobre los hombros de un Jared de seis años. Están sonriendo y felices. Pero cuando llego a casa me encuentro con algo todavía peor. En el mueble de la entrada hay una pequeña foto de pie con Jessica en el interior. Tenía siete años cuando se la hicimos. Estaba sonriendo. Lo recuerdo porque yo la llevé a hacerse la foto. Jessica odia sonreír en las fotografías porque no siente simpatía hacia los demás, pero estaba yo. Yo soy su padre y me quiere. Pero ahora… ahora…

Robert sentía el llanto creciendo en su interior. Agachó la cabeza e intentó serenarse. Grace miró de soslayo a su marido muy apenada y luego bajó la vista compungida sin saber muy bien cómo actuar. Mark era su hermano, pero entre ellos nunca habían demostrado actos de afecto. Sin embargo aquella era la ocasión.
Con gesto dubitativo tendió su mano y la posó sobre la de su hermano. Robert vaciló unos instantes y alzó el rostro para observar a Mark.
El teléfono de Grace sonó. Ella lo abrió, leyó la pantalla y excusándose salió de la cafetería para charlar más cómodamente en el pasillo.

-Llevamos intentándolo mucho tiempo –murmuró Mark mientras observaba la silueta de su mujer alejándose hacia el pasillo.
-¿Qué? –preguntó Robert.
-Uno de los dos tiene que ser infértil. O quizá ambos, no lo sé. La cuestión es que no podemos tener hijos. Cada vez que mamá viene a casa me lo recuerda. Me recuerda que soy estéril y que jamás podré darle un nieto biológico. Y ella lo desea. Ya sabes cuánto le gustan los bebés –Robert decidió no abrir la boca-. Le encantan y nunca podrá tener un niño con la sangre de los Brigham. Sé que parece una estupidez pero ahora más que nunca necesito hacer feliz a mamá. Lo necesita, Rob.
-¿Está enferma?
-No, bueno, salvo los malestares típicos de su edad, no está enferma. Pero sí está deprimida y angustiada. Te marchaste de Brigham’s dejándonos sin apenas una explicación. Después hubo ese escándalo con la prensa rosa…
-Mark, si has venido para comportarte como mamá, yo…
-No, hermano, no he venido para echarte la bronca. Ya sé que todo aquello no fue tu intención. Pero debes comprender que en Brigham’s tenemos que salvaguardar nuestra reputación. Vivimos de ello. No podemos permitirnos el lujo de ponernos en tela de juicio y convertirnos en carnaza de la sociedad morbosa. Rob, tengo que pedirte un favor –Mark miró a su hermano por encima de las cejas y Robert lo observó extrañado.
-¿Qué ocurre?
-Mamá está siendo acosada por los medios. Mamá y todos los altos cargos de Brigham’s estamos siendo perseguidos y acosados por esa gentuza. Últimamente han saltado muchos rumores, y algunos de ellos hablan de hasta denuncias por tu parte hacia nosotros. También dicen que Melissa está detrás de todo esto y no sé cómo pero un periódico se ha hecho con unos libros financieros de nuestra empresa que hablan bastante mal de nuestras gestiones.
-¿Qué? ¿Y qué pinto yo en todo eso? Pasad del asunto y ya está.
-Estamos perdiendo clientes, Rob. Mamá teme la misma suerte por la que pasaron los Hamilton. Ya sabes, la firma Lawrence & Hamilton.
-¿Estás comparando esta estupidez con esa firma? ¿Quieres decir que si algo ocurriese en Brigham’s sería por la mala fama de mi esposa?
-No, no digo eso –dijo Mark negando con las manos-. Pero tú eres mi hermano. Te apellidas Brigham desde que naciste. Debes ayudarnos. Mamá desearía que convalecieras ante los medios y explicaras detalladamente la situación.
-¿Cómo? ¿Quieres que salga por televisión para salvaros el culo cuando seguramente todo este embrollo sea causa de una mala gestión financiera? No utilizaréis la excusa de la mala fama de Melissa para ocultar vuestra falta de profesionalidad –Robert se puso de pie y dedicó una mirada de odio a su hermano como nunca antes había utilizado. Mark se quedó estupefacto-. No me utilizaréis para enmendar vuestros errores. Y ahora, Mark, te pido por favor que te marches de aquí y no vuelvas a visitarnos nunca más. Eres como mamá y si la conozco bien nunca cambiará.
-Robert, no hagas esto…
-Adiós, hermano.


4 de agosto de 2019



-¿Señor Brigham? –saludó el doctor Andrews entrando en la habitación acompañado por una doctora de bucles rubios-. Esta es la doctora Kauffman, la jefa de neurocirugía.
-Buenas tardes, doctora Kauffman –Robert estrechó la mano de la doctora. En su plaquita ponía Elizabeth Kauffman.
-Buenas tardes, señor Brigham. Supongo que ya estará al corriente sobre la situación de su mujer.
-Así es. El doctor Andrews y yo hemos hablado muchas veces sobre Melissa.
-Perfecto. Pero ahora venimos con otro tipo de noticias. Tenemos los resultados concluyentes de las pruebas que le hicimos a la señora Brigham y hemos detectado un problema neuronal. Si no operamos rápido su mujer podría perder facultades como el habla o la memoria.
-Oh, dios mío –murmuró Robert.
-Es una intervención peligrosa y existen muchos riesgos, pero, sinceramente, señor Brigham, es la opción más factible. Y aún estamos a tiempo de hacer un gran trabajo.
-Está bien. ¿Cuándo sería?
-Antes tiene que firmar estos papeles –la doctora Kauffman le entregó unos cuantos folios puestos sobre el portafolios azul y un bolígrafo negro-. Bien, gracias. La operación será esta tarde a las seis. Durará unas seis o siete horas. Pero al ser una intervención complicada el tiempo podría ser aún mayor dependiendo de la resistencia de su mujer.
-Melissa es fuerte –dijo Robert acariciando la mano de su mujer.












La desesperación de Melissa iba en aumento: no sabía cuánto tiempo más podría soportar aquello. Los días parecían haberse fusionado unos con otros en un bucle infinito donde el frío y la oscuridad eran sus únicos compañeros de celda. Y es que así se sentía; prisionera de una celda de oscuridad inescrutable donde los lejanos sonidos de metal arrastrándose o gotas impactando contra el suelo era la única prueba fehaciente que dentro de aquel mundo de pesadilla había algo de vida. Aunque tampoco estaba segura de llamar a aquello vida.

Pero entonces Melissa prestó atención y pudo escuchar los acompasados pasos de tacones caminando hacia ella. Cada vez parecían más cercanos.
Melissa se abrazó a sus rodillas tiritando y enmudeció pensando que podría ser cualquier cosa que quisiera matarla.
Pero entonces escuchó un sonido de metal tintineando y luego el inconfundible sonido de un candado desbloqueado. Ante sus ojos una finísima línea de luz se abrió al desbloquearse el candado y Melissa se vio cegada por la escasa luz que penetró.
El sonido de tacones se alejó nuevamente hasta desaparecer por completo.

Melissa miró en derredor. Para su sorpresa estaba en una pequeña habitación de pintura blanca descorchada. Había una ventana tapiada con maderos y cristales rotos. También había una camilla de hospital totalmente desvencijada y el suelo era de baldosas sucias y quebradas.
Al dirigir su vista hacia abajo comprobó que vestía con unos tejanos grises, unas botas de media caña de cuero negras, una camisa gris y una sudadera de tono arenoso. Su cabello, aunque limpio, caía enmarañado por sus hombros y su pecho.
Puso una mano en el suelo para darse impulso y se puso en pie vacilando unos instantes.

Caminó hacia la puerta medio abierta y cogiendo el pomo la tiró para sí con tal de abrirla del todo.
Dio dos pasos más y salió de lo que había sido su celda durante mucho tiempo. Tiempo suficiente como para asegurarse que había perdido el juicio. Pero ahora parecía que podía moverse e inspeccionar. Necesitaba salir de allí. El olor a muerte flotaba en el aire como el augurio de un final oscuro y siniestro.

Ante ella se extendía un pasillo que parpadeaba con la única luz existente. Un fluorescente colgaba del techo tan sólo por un extremo. En el otro los cables rotos colgaban y soltaban chispas. La luz del fluorescente venía y se iba como si fuera una de aquellas molestas luces de discoteca.
Melissa caminaba despacio dirigiendo de vez en cuando la vista hacia atrás, pues estaba segura de sentir una presencia pisándole los talones. Pero cada vez que se giraba observaba oscuridad.
Además, las camillas sucias, rotas y oxidadas le dieron una respuesta: estaba en un hospital.
La pintura blanca del pasillo también estaba descorchada y las baldosas del suelo sucias. En algunos lugares incluso parecía que habían explotado.

Al final del pasillo había una puerta doble de aquellas que utilizaban para poder llevar las camillas por el hospital sin tener que abrir la puerta manualmente.
En la puerta se veían dos rectángulos de cristal. El de la derecha estaba roto y el de la izquierda parecía quemado o muy sucio.

Ayudada por ambas manos abrió las puertas y se encontró en un pasillo en forma de ele aún más oscuro que el anterior. La luz del fluorescente apenas se colaba por entre los rectángulos de la puerta que había vuelto a cerrarse a causa de su sencillo mecanismo.
Una oscuridad aún más helada que la que había vivido en la celda del hospital.

-Yo podía ser luz –murmuró Melissa-. Sí, recuerdo que podía ser luz. Un momento…
Melissa tanteó su cuerpo y descubrió en su espalda algo que no formaba parte ni de su cuerpo ni de su ropa. Había estado con él los suficientes días como para no molestarlo y considerarlo algo normal. Pero ahora que recordaba sabía que aquello tenía otra función.
Hizo clic en un botón y un haz de luz iluminó como un rayo el pasillo. Un círculo de luz se proyectó en la pared del fondo donde se describía la curva. En la luz Melissa pudo observar las muchas partículas de polvo danzando silenciosamente y de vez en cuando algún chorro de humo o vaho que surgía desde alguna brecha invisible.

-¿Mamá?
Melissa se detuvo en sus pasos y entreabrió la boca mirando donde la luz de su linterna apuntaba.
La niña volvió a llamarla y Melissa descubrió el origen de la voz. Sin decir nada se puso a correr como alma que lleva el diablo mientras la luz proyectaba los pasos seguros a seguir.
Cuando la voz cesó Melissa se detuvo jadeando.

-¿Jessica? –llamó ella-. ¿Jessica, dónde estás?
Pero nadie contestó. El sonido del metal arrastrándose o colgando desde algún techo cercano fue lo único que llegó a sus oídos.
Entonces iluminó al frente y descubrió dos puertas metálicas. La tabla de botones de la derecha le confirmó que se trataba de un ascensor.
Le dio al botón y tras unos segundos se escuchó el típico sonido de timbre para luego abrir ambas puertas.
El ascensor era una caja pequeña, seguramente para el personal del hospital. Tenía un espejo a la espalda y a la derecha había otra tabla de botones.
Se acercó a la tabla y descubrió que todos ellos estaban rotos. Pero entonces aguzó la vista.
Un único botón negro permanecía en la tabla como el superviviente de una explosión nuclear. Su número: el 4.
Sin pensárselo dos veces presionó el botón y las puertas metálicas se cerraron no sin antes producir un sonido de metales oxidados. Entonces Melissa se preguntó si sería buena idea utilizar un ascensor en aquellas condiciones.
Pero, pensó, como nada tenía sentido ¿por qué no arriesgarse? Además, la voz de su hija se había perdido en el interior de aquella caja metálica que ahora producía un sonido zumbante mientras ascendía lentamente.

Una vez en el pasillo –que ofrecía un estado igualmente lamentable y oscuro-, Melissa se propuso caminar hasta encontrar a su hija.
El haz de su linterna iluminaba sus pasos pero aun así no se sentía completamente segura y aliviada. Seguía teniendo la horrible sensación de sentirse observada.

El pasillo tenía puertas. Unas puertas de madera pintadas de blanco pero que la pintura, en la mayoría de ellas, había saltado o se había tornado gris y sucia.
Los pomos que antes seguramente fueron dorados ahora tenían el color del óxido podrido y tóxico.
Pero a pesar de su estado Melissa fue probando puerta por puerta hasta que comprobó que todas estaban cerradas.
Sin embargo, la puerta cuyo letrero rezaba: sala de enfermeras, estaba abierta.

El interior de la sala se vio iluminado por la linterna de Melissa. Había dos destartaladas literas, un sofá con el cuero rasgado y podrido y un televisor con la pantalla rota a causa de un impacto.
En la sucia pared que estaba apoyada la litera de la derecha había un corcho con panfletos y papeles.
Algunos panfletos estaban tan enmohecidos y podridos que era imposible leer algo. Sin embargo pudo leer uno que decía:


Sábado 10 de de Octubre de 2009
¡¡HUELGA DE ENFERMERAS!!

Se ruega a las enfermeras del Gartnavel General que el día 10 de Octubre se agrupen frente a la puerta del director para reclamar un salario justo.
¡No más horas mal pagadas!
Nosotras también tenemos nuestros derechos.
Ella está aquí.

Sindicato de enfermeras del Gartnavel General.
Miércoles 2 de Septiembre de 2009.




Melissa tuvo que fruncir el ceño y acercar más la vista. Donde ponía Ella está aquí parecía escrito por una persona, en vez de por ordenador. Además su color era distinto. Mientras que la grafía del panfleto era negra aquellas letras estaban escritas con un bolígrafo rojo.

Pero aquello no era todo. Debajo de otro panfleto ilegible había una imagen, probablemente una foto. Con mano temblorosa Melissa retiró el panfleto que se deshizo casi en su totalidad una vez entrado en contacto con la cálida mano de Melissa. Efectivamente había una fotografía en el corcho. Y en ella se veía a Melissa blandiendo una especie de tubo contra una extraña figura. Parecía una persona pero tenía los brazos extremadamente largos y sin manos. No vestía ropa y su cara quedaba velada por la oscuridad.

-¿Qué coño es esto? ¿Cuándo ha pasado?

Cogió la foto y se la metió en el bolsillo derecho del pantalón. Todo aquello parecía una locura y cada vez estaba más segura de ello.
Pero ¿a quién iba a importarle eso? Comenzó a recordar y creyó ver a alguien más a parte de Jessica. Había un hombre cuyo nombre no recordaba. Era alto, moreno y atractivo.
Se miró la mano y descubrió una alianza de matrimonio.

-¡Claro, estoy casada! –se dijo Melissa observando extrañada el anillo. Pero ¿quién era su marido? No lo recordaba. En aquellos momentos su único objetivo era encontrar a su hija, Jessica, y regresar a donde tuvieran que regresar. Pero no sería con Claire. Recordaba algo. Sí, ahora recordaba. Aquella mujer de gafas le había advertido del peligro de Claire.
El sonido de una puerta cerrándose de golpe la sacó de sus cavilaciones y se giró sobre sus talones para iluminar la entrada.
La puerta de la habitación de enfermeras continuaba abierta y allí no había nadie, por lo tanto debía de tratarse de otra habitación.

Una vez en el pasillo decidió continuar andando. El pasillo tenía forma de U así que tenía muchas baldosas que pisar y rincones que iluminar con su linterna.
Todas las demás puertas estaban cerradas, pero al final del pasillo descubrió otro ascensor.
Pulsó el botón y esperó unos segundos hasta que se abrieron las puertas.
Aquel ascensor era más grande, apto para camillas y más personas. Pero nuevamente el cuadro de botones continuaba siendo tan peculiar como el del otro ascensor. A pesar de ser un rectángulo donde cabían unos diez botones, únicamente uno de ellos continuaba ahí invitando a ser pulsado.
El botón decía -2.

Una vez pulsado el ascensor emitió aquel sonido zumbante mientras descendía lentamente por las paredes internas del hospital en tinieblas.
Melissa aferró con ambas manos la linterna mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo. Tenía un mal presentimiento desde que había abandonado su pequeña celda pero ahora aquella oscura corazonada parecía más grande y tangible.

Las puertas del ascensor se abrieron y una espesa capa de agua y lodo entró en la caja metálica. Melissa dio un grito de asco cuando entró en contacto con el agua pútrida y su hedor arrugó su nariz.
Por el agua flotaban sábanas sucias, papeles y algunos instrumentos de hospital.
Melissa sacó medio cuerpo del ascensor e iluminó a derecha e izquierda sin ver a nadie. Había un pasillo, nada más. Ni siquiera puertas.
Aún con la nariz arrugada y caminando como si estuviera pisando cristales, Melissa avanzó lentamente hacia la derecha dando gracias a sus botas de media caña que no permitían el acceso del agua pútrida a sus pies.

Al final del pasillo la pared desaparecía en una curva que se internaba hacia la izquierda, así que decidió iluminar el camino. Siguió caminando unos cuantos metros hasta que encontró una puerta metálica abierta. A la derecha de la puerta metálica había dos puertas de madera pintadas de gris.
Melissa iluminó la estancia dentro de la puerta metálica y encontró unas cuantas máquinas enormes de metal. Había poleas, mecanismos giratorios y palancas oxidadas. Algunos botones parpadeaban con una luz roja y otros con una luz verde.
Obviamente el letrero de la puerta rezaba: Maquinaria y sala de mantenimiento.
Continuó caminando por el pasillo y sobre la primera puerta de madera leyó Depósito. Melissa sintió otro escalofrío.
En la última puerta se leía Sala de calderas y acceso al nivel inferior.
¿Qué nivel inferior? ¿Es que podía haber un nivel aún más inferior y aterrador que ese? Y si donde ahora Melissa se encontraba estaba medio inundado no quería ni imaginarse cómo estaría ese nivel inferior.
Pero entonces su hija la llamó.

-¿Mamá? ¡Mamá!
-¡Jessica!

La voz de su hija provenía desde la habitación de las calderas. Pero cada vez que hablaba su voz parecía más distante.
Melissa intentó abrir la puerta y descubrió que estaba atascada, seguramente, por el agua.
Tenía que buscar alguna solución. Tenía que haber algún modo para abrir aquella estúpida puerta.
Pero sus instintos maternales pudieron con la lógica y comenzó a empujar la puerta con el hombro sin ningún éxito. Tan sólo consiguió hacerse una herida y enrojecerse la piel.

-¡Jessica! –pero, como había ocurrido anteriormente, nadie contestó. La simple melodía del silencio inundó la estancia junto con el agua pútrida que creaba espesas ondas a su alrededor.
Maldiciendo su suerte, Melissa se retiró de la puerta y volvió sobre sus pasos hasta la puerta metálica. Una vez allí se fijó más en los detalles y observó que los bordes de la puerta estaban ennegrecidos y, al acercar su mano, se quemó la yema de los dedos.
Como ya era costumbre caminó con cautela hacia el interior de la sala y revisó las máquinas. Sus ojos se entrecerraron al observar en una esquina, una máquina de estructura cilíndrica con una etiqueta de acero en la que se leía: bomba de agua. Melissa caminó hacia allí.
Frente a la máquina había un total de veinte palancas oxidadas donde el extremo inferior desaparecía bajo la capa de agua hedionda.
Cada palanca estaba numerada. Las observó una a una.
Todas eran idénticas: de metal corroído, con empuñadura de cuero y en forma alargada y delgada como una palanca de cambios de un vehículo antiguo.
Unos pasos chapotearon por encima del agua. Melissa quedó petrificada mientras miraba por el rabillo del ojo sin ver a nadie.

Una respiración profunda pero entrecortada e inhumana acompañaba a los pasos. Parecía caminar torpemente. Arrastraba unos enormes pies por el agua mientras emitía aquel sonido tan molesto con su respiración sibilina.
A Melissa se le erizó la piel.
Pero decidió volverse y observar qué era lo que tenía a su espalda.
Y ante el foco de luz de la linterna Melissa observó algo que le dejó sin aliento.
Una horrible criatura de unos dos metros de altura –a pesar de estar encorvado hacia delante-, totalmente cubierto por una piel de aspecto enfermizo con llagas y cicatrices, enormes brazos que arrastraba bajo el agua y un rostro sin ojos ni nariz se acercaba a ella lentamente.
Cuando Melissa enfocó su cabeza observó que una boca descomunal se abría torcidamente mostrando una franja de puntiagudos y amarillentos colmillos. Un rugido sobrenatural manó de sus entrañas y obligó a Melissa a soltar un grito de horror.
Melissa se quedó atascada entre las palancas mientras gritaba y temblaba de pies a cabeza. Nunca antes había pasado tanto miedo.

Pero entonces, los brazos de la fétida criatura se desprendieron de sus hombros y cayeron al agua salpicándolo todo. Los brazos se retorcieron y se convulsionaron mientras Melissa observaba horrorizada. Y entonces, como si se tratara de dos serpientes deformadas, los brazos comenzaron a deslizarse por el agua hacia Melissa. Ella volvió a ahogar otro grito mientras intentaba sin éxito salir del agua y escalar hacia la máquina.

Una palanca que tenía en la espalda se quebró y se hundió en el agua negra.
Uno de los brazos que se habían desprendido del monstruo llegó hasta Melissa y se aferró a su tobillo como una serpiente enroscándose en su presa. Melissa gritó y comenzó a sentir la presión en su pierna.
Cuando por fin logró salir de su letargo de horror comenzó a pisotear a la extraña criatura con el otro pie. Pero aquello parecía no funcionar.
Finalmente se agachó torpemente y agarró con ambas manos el brazo. Sintió arcadas cuando el hedor se hizo casi tangible en su boca. Además, la piel mojada y viscosa del brazo era totalmente repulsiva.

Pero ahogando las ganas de vomitar y de desfallecer, Melissa asió con fuerza el brazo y lo arrojó varios metros por detrás de la criatura sin ojos que aguardaba de pie observando como sus brazos intentaban merendarse a la mujer.

Pero el otro brazo ya estaba ahí. Serpenteaba por el agua hábilmente como si en aquel extraño y siniestro mundo los brazos que se desprendían fueran los perfectos nadadores que despertarían la envidia de los mismos delfines.
Pero Melissa no podía dejarse amedrentar.
Un segundo antes que el brazo se cerrara en torno a su tobillo ella le dio un puntapié y lo alejó lo suficiente como para otorgarse unos cuantos segundos para utilizar la razón.

Hizo revisión de daños. Dentro de lo malo estaba bien. Después analizó a sus contrincantes. En el agua parecían hábiles y quizá letales, pero si se terminaba su recurso… Entonces miró de soslayo las palancas. Tenía que achicar el agua, pero ¿cuál de todas ellas era la que absorbería esa agua?
En pocos segundos el brazo retornó y se aferró con violencia a la pierna de Melissa. Al sentir la extrema fuerza que utilizaba para obstruir la pierna Melissa aulló de dolor y miedo.
El mismo brazo parecía gemir, pero era un gemido muy agudo, casi un chillido de rata. Era realmente asqueroso.

El otro brazo llegó serpenteando hasta Melissa y se abrazó con fuerza en la otra pierna haciendo que se cayera. El agua creó ondas burbujeantes y manchó su piel. Sus brazos se movían frenéticamente mientras gritaba de horror buscando las palancas. Los brazos se comprimían con más fuerza mientras el otro ser caminaba muy lenta y torpemente hacia ella.
Un rayo de lucidez fue todo lo que atisbó Melissa cuando de pronto recordó el nombre de la mujer de gafas: Bianca Dohe. Ella le había dado algo. No recordaba más que tres números que ahora tenía ante ella. Las palancas estaban numeradas pero existía un orden. Aferrándose a aquella posibilidad, Melissa trepó como pudo mientras los brazos amputados enrojecían sus piernas.

Con ambas manos tiró de la palanca número trece y un ruido de poleas resonó por el pasillo. Luego se arrastró por el agua hasta la número dos y tiró de ella. Un sonido de cadenas y metal chocando contra algo hizo que los brazos se pusieran nerviosos y temblaran. Al tirar de la palanca número seis se oyó un rugido metálico y un sistema de poleas y demás maquinaria comenzó a funcionar en algún lugar invisible. De pronto el agua tembló y comenzó a descender. Bajo la capa de agua pútrida se oía el inconfundible sonido de una máquina absorbiendo. Era desagradable pero aquello podía significar su salvación.

El agua comenzó a desaparecer esparciéndose en espesos charcos negros. Los brazos se desprendieron de las piernas y serpentearon torpemente hacia los charcos absorbiendo desesperadamente el líquido fétido. Melissa tuvo arcadas.
Cuando el agua desapareció por unas rejillas que había en los zócalos del pasillo, los brazos se convulsionaron y retorcieron con dolor hasta que finalmente dejaron de moverse.
La criatura que tenía ante ella rugió cabreada y se movió sin brazos.
Pero no todo parecía perfecto. Antes la criatura se movía torpemente a causa del agua y de sus pies deformados, pero ahora que sus brazos habían muerto por la carencia de agua él podía moverse velozmente.

Con el torso lleno de protuberancias y llagas y su boca torcida llena de colmillos, la horrible criatura avanzó rápidamente hacia Melissa.
Ella volvió a gritar.
Sus botas, piernas, torso y brazos estaban completamente llenos de lodo. Algunas partes de su cara también estaban sucias y su pelo unía mechones con lodo y suciedad goteante.

2 comentarios:

  1. ¿Para cuando Arcano XVIII: The Videogame, Arcano XVIII: The Movie, Arcano XVIII: The Musical, Arcano XVIII: Comic Series, Lego Arcano XVIII, Arcano XVIII: Jessyca's Cut, Arcano XVIII: Euskaratuta...? PARA CUANDO????!!!!111UNOUNO (loco

    <3 :****

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  2. JAJAJAJAJAJA Lo que me he llegado a reír con Lego Arcano XVIII xDDDDDDD

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