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domingo, 13 de marzo de 2011

La dama del océano

Hace eones, en el lejano reino de Tamasia, donde el sol hacía relucir el brillo intenso de las aguas cristalinas de los ríos y lagos, había una matrimonio feliz que vivía de los cultivos que la buena tierra les preparaba.

Miriena era la perfecta granjera de la región. El país entero conocía las tierras prósperas que cultivaba y sus productos eran apreciados por todo el reino. Su marido, Äranos, era el mayor y más conocido mercader de todos los tiempos. Incluso se decía que despertaba envidias en la costera ciudad del sur, Eldo. 
Los productos que en la granja se cultivaban los vendía Äranos en la capital del reino, donde toda Tamasia se reunía para comprar las joyas que brotaban de la tierra o que el ganado brindaba.


Pero los tiempos de felicidad parecían mantener una nota de monotonía que poco a poco iba desgastando al feliz matrimonio, pues en todos aquellos años no habían podido tener un hijo al que poder instruir en las artes de la tierra.

Pero entonces, una noche, cuando las lunas estaban llenas y hermosas, una anciana vestida con una larga y andrajosa túnica negra sujeta por un cordón marinero llamó a la puerta de la granja y el matrimonio abrió para recibirla.

La anciana pedía cobijo, pues había caminado durante muchos días bajo el ardiente sol, las más crueles tempestades y las noches más gélidas del mundo.
Miriena no pudo negar tal petición y brindó cobijo a la anciana que se presentó como Señora Cuervo, pues no recordaba su verdadero nombre.
Y a decir verdad, su aspecto era realmente cercano al de un cuervo. Su túnica negra podría ser el cuerpo del ave cuyas alas adhiere con fuerza al pecho para resguardarse del frío. Su larga y aquilina nariz evocaba la imagen del cuervo mirando en derredor para llevarse algo al estómago.

Pero sus ojos eran bondadosos. En la oscuridad de su iris podía percibirse la maternidad frustrada y el amor no manifestado. Pero Miriena siempre había sido una mujer cercana, cálida y afectiva. Y con gusto cedió la única habitación que tenían a la Señora Cuervo.

Una semana después la Señora Cuervo continuaba en la granja del matrimonio, pero no había decidido estar sin ayudar. La Señora Cuervo, muy a pesar de su apariencia de anciana desvalida, era muy buena en los asuntos que tenían que ver con el mar.
A causa de su situación, la granja estaba ubicada cerca de las costas del mar y la anciana caminaba todas las mañanas hasta un promontorio y pescaba cinco o seis peces de tamaño descomunal.

-¿Cuál es vuestro secreto, estimable anciana? -preguntó Äranos una noche de lunas claras.
-La elocuencia, maese mercader -contestó ella con su tierna sonrisa desdentada.

Y así parecía, pues una mañana Äranos caminó por los bosques colindantes a la costa y pudo observar cómo la anciana se agazapaba en la arena y cantaba una extraña canción a las olas. Entonces el agua se agitaba y desde las profundidades de los océanos surgían decenas de cabecillas escamadas de peces. Había muchos y todos muy coloridos.
Y entonces la Señora Cuervo terminaba su extraña canción de cuna. Luego pedía permiso al pez y lo metía dentro del cubo de hojalata.

Äranos no pudo contener sus ganas y corrió hasta la granja donde encontró a Miriena ordeñando a una de las vacas de pelaje gris perla.
Su mujer no podía creerlo y negó con la cabeza mientras la vaca mugía.

Por la noche Miriena cocinó una estupenda dorada al vapor con especias y Äranos volvió a preguntarle a la Señora Cuervo cuál era su secreto, pues entonces la anciana se daría cuenta de que él lo sabía y terminaría confesando la verdad.
En cierto modo Äranos temía los asuntos relacionados con la magia y las brujerías que pululaban por el mundo. Y más temía a aquel extraño mago del oeste que se apellidaba Edröve.

-La elocuencia, gentil mercader. La elocuencia es el secreto de mi éxito.

Y no dijo nada más. Se terminó la cena y se metió entre las sábanas para dormir sin hacer ruido.
Äranos no se daba por vencido y no quería que su mujer le viese como un mentiroso. Y así, a la mañana siguiente el mercader siguió a la anciana entre los árboles y arbustos hasta que vio como nuevamente se agazapaba, cantaba su melodiosa e hipnótica canción y los peces se reunían ante ella tan emocionados como agitados.

-¿Sabré ahora, Señora Cuervo, que la elocuencia es el producto de la canción? -preguntó él mientras sorprendía a la anciana desde detrás de un árbol de hoja perenne.
-Sabrás ahora la pena por la traición.

Y entonces Äranos cayó al suelo como tocado por un rayo. No estaba muerto, pues su pecho subía y bajaba, pero el sopor en el que había entrado era tan cercano al rostro de la muerte que a penas era palpable.

La Señora Cuervo no podía dejarlo ahí, así que volvió a mirar a las olas y cantó una preciosa melodía con la voz de una anciana que canta con amor hacia la cuna de su nieto.

De entre las olas que morían en la dorada costa surgió una ola de cangrejos de caparazón negro con vetas doradas y pinzas tan poderosas como amenazantes.
Los cangrejos corrieron de su peculiar modo, se asieron con fuerza a la ropa de Äranos y lo arrastraron lentamente hasta el agua donde el mercader desapareció en silencio agonioso.


Los días siguientes fueron tristes. Miriena lloraba y lloraba desconsoladamente mientras la anciana pasaba su esquelética mano por entre los mechones de color arenoso de la mujer.
En el exterior el día parecía haber entristecido también y una tormenta rasgó las nubes y anegó los senderos.

-Äranos me ha abandonado porque no confiaba en él. Últimamente nada entre nosotros parece funcionar y ahora se ha marchado. Tú lo sabes bien, pues la confianza entre nosotras es grande y cristalina.
-Vamos, querida, aún tienes el poder de desear.
-Mis deseos nunca han funcionado, buena anciana. La suerte no está de mi lado.
-¿Por qué no lo deseas ahora? -preguntó la Señora Cuervo levantándose de la silla. Miriena observó su rostro y no supo qué  más decir. ¿A caso sería la Señora Cuervo una hechicera que correspondía con deseos la hospitalidad ofrecida? Pero entonces la anciana regresó a la mesa con un pequeño caldero oscuro, agua y un pequeño pote de cristal cuyo interior estaba lleno de Artemisa fresca-. Sólo tendrás que darme algo a cambio del deseo.
-¿Y qué te puedo dar si lo único que tenía en mi vida se ha marchado de estas tierras?
-Siempre he admirado tu belleza. ¿Por qué no me la das?
-Pero, mi buena anciana, ¿cómo puedo darte mi belleza?

La Señora Cuervo le explicó que para apropiarse de su belleza tenía que pincharse el dedo corazón con una aguja de oro y bañar con la sangre la mezcla que preparara en el caldero.
Miriena aceptó, pues a diferencia de su marido ella siempre había sentido respeto y admiración por la brujería.
Cuando la Señora Cuervo preparó el brebaje en el cuenco extrajo de su bolsillo una aguja de oro y se la entregó a Miriena.

-Ahora, pide tu deseo -dijo la anciana.
-Si la voluntad de Äranos ha sido marcharse desearé lo que ambos siempre quisimos y nunca tuvimos. Señora Cuervo deseo una niña tan hermosa como buena que pueda amar todo lo que yo he amado.

A continuación Miriena se pinchó el dedo y la sangre brotó hasta el caldero, donde tiñó de granate el brebaje.
Cuando estuvo a punto la Señora Cuervo bebió dos tragos y después Miriena bebió el resto.
Mas para sorpresa de la mujer nada extraño ocurrió.
La anciana sonrió y se introdujo en la cama donde durmió hasta la mañana siguiente.

Una semana más tarde Miriena sintió que los huesos le crujían. No podía estar de pie tanto rato como antes. Se cansaba muy a menudo.
En su lugar la anciana parecía ir a la playa corriendo en vez de caminando.

La economía comenzaba a decaer y las ventas eran escasas. Algunos clientes tan fieles como aventureros viajaron hasta la granja con el único fin de poder comprar los productos. 
Y nadie sabía nada de Äranos. ¿Dónde podría haberse metido?

Dos meses más tarde el rostro de Miriena cambió. Las arrugas invadieron su tersa piel y sus ojos se hundieron en la carne. El espejo parecía devolverle la imagen de la desesperación que estaba viviendo.
Y, en camio, la Señora Cuervo parecía cada día más joven y hermosa.

Al noveno mes de la petición del deseo, Miriena no podía moverse de la cama. Su voz se había quebrado como una puerta oxidada. Su exuberante melena castaña se tornó gris y apagada. Su preciosa piel de porcelana ahora era un desierto de dunas y su ánimo siempre era tormentoso.

Pero la partera que extrajo de su vientre al bebé era una mujer joven y hermosa. Su larga cabellera azabache desprendía el olor del mar y sus magníficos ojos de turquesa miraban con pasión el fruto de Miriena.

-Gracias por tu hospitalidad, Señora Cuervo. Ahora mi maldición está rota. ¿Qué harás por alcanzar la felicidad robada? -dijo la que antes había sido una anciana. Miriena la miró extrañada y alargó los brazos para agarrar a su bebé pero entonces vio impotente como la que le había robado la belleza salía de la habitación con su hija en brazos.

La preciosa mujer se deshizo de la túnica negra y caminó desnuda por la plateada arena de la playa nocturna.
Y entonces lentamente introdujo sus pies en la fría noche acuosa donde sabía que una magnífica vida le esperaba bajo el mar, donde un marido, una hija y una vida de belleza y melodías serían su maravilloso destino.

Pero en la oscuridad de la granja, Miriena, la Señora Cuervo, heredaría con los años la perspicacia de la hechicera y vagaría bajo ardientes soles y gélidas noches hasta encontrar por fin la bondad del corazón que permitiera buscar el remedio a su dolor.

6 comentarios:

  1. Acabo de leerlo en un ratito libre en el trabajo y sólo puedo decir que me ha encantado, un cuento sublime. Te felicito :)

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  2. aaa la maldición de la señora cuervo! siempre se repetirá hasta el infinito...!

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  3. A ti no te pillará, ¡estás a salvo!

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  4. También yo he quedado hechizada...
    Precioso!

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  5. Muchas gracias, Joy. Me alegra mucho que te haya gustado ^^

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