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lunes, 14 de marzo de 2011

El espejo del bosque

Adele Aladorada era la menor de siete hermanas, todas ellas excepcionales en cualquier aspecto. Las hijas de Maia y Halcón siempre habían sido famosas tanto por su maravillosa belleza como por sus dotes en las artes mágicas.

Y detrás de aquel abrumador éxito que tenía la familia y que había catapultado al apellido Aladorada hasta tan gloriosa fama en el oeste, ¿qué tenía Adele para ofrecer al mundo? A diferencia de sus hermanas, con sus interminables bucles de oro y sus enormes ojos de cielo, Adele tenía una melena tan lisa como aburrida. Y el color de tierra mojada, tal y como ella lo había bautizado, aportaba poca luz a su ya apagado aspecto.

Y cuando la falta de belleza era algo con lo que tenía que aprender a vivir y ya no podía martirizarse más por ello, sobresalía otra carencia. Y, de algún modo, era aún peor que no poseer la belleza virginal de sus hermanas.
¿Dónde estaban sus aptitudes para la magia? ¿Cómo podía ser aquello posible? Sus padres y sus hermanas estaban ya confeccionando una sombra muy grande en la que ella parecía estar condenada a vivir. Ella no era "Adele, la honorable bruja". Ella era "Adele, hermana de..." o "Adele, hija de...". Nunca había tenido la oportunidad de ser reconocida.



Pero su corazón anhelaba llegar a ser una de las mejores y más respetadas hechiceras del mundo, aunque aquello requiriese de todo su empeño.
Si algo bueno tenía Adele era su constancia. Nunca dejaba algo a medias y cuando se proponía algo luchaba con todas sus fuerzas.

Una mañana lluviosa de otoño, cuando las hojas lucían su tono dorado y cálido y adornaban con su efímera belleza los lechos forestales, Deva, una de las hermanas mayores de Adele apareció bruscamente en la pequeña habitación de su hermana.
Lucía un rostro aún más hermoso y brillante. Entonces Adele se preguntó si aquello podía ser posible.

-¡La próxima semana! ¡La próxima semana, Adele! -gritó Deva con euforia.
-¿Qué ocurre la próxima semana, hermana mía?
-¡La próxima semana me caso con Helios, el guardián de la ciudad de Virana!

Y así fue. La semana llegó y la familia se reunió en un claro del bosque donde el sol atravesaba la espesa bóveda con delgados rayos de brillante luz en la que los insectos y las motas de polvo danzaban sin cesar.
Y Deva estaba aún más hermosa que cuando le dio la noticia. Su cabello era una cascada de oro que buscaba penetrar en la superficie bañada por las hojas doradas y las raíces arrugadas.

Y el muchacho, Helios, era tan apuesto como varonil. Era joven, alto, de gruesos brazos, ancha espalda y amplio pecho. Su figura evocaba tanta protección como deseo, pero Adele miró al suelo abrumada y ahogó una risilla.

Entonces el recuerdo que vivía en ella como impregnado por fuego vivo retornó a su mente recordándola que Deva era la última hermana que se había casado y que todas compartían vidas amorosas con apuestos caballeros. ¿Por qué entonces ella tenía que ser la última en todo? ¿A caso algún día conseguiría casarse?
Tenía muchos objetivos y cada día veía más lejos la realización de todos ellos.

Al terminar la boda Halcón, que además de hechicero era bardo, tocó música para animar a los corazones. En cuestión de segundos se creó un círculo en el claro donde la familia de hechiceros y de guerreros de Virana se dispusieron a bailar alzando con alegría sus cervezas.

Pero Adele parecía no poder compartir la misma felicidad. Sentía que su deseo era egoísta pero ver tanta felicidad inalcanzable parecía hendir su corazón.
Y sin que nadie la viera, aunque aquello resultaba bastante difícil, Adele se levantó de la roca aplanada en la que estaba sentada y caminó cabizbaja perdiéndose por entre los enormes y centenarios árboles que poblaban el bosque.

Ya no veía el jolgorio que se vivía tras la boda. Pronto las voces acallaron y la música murió en la lejanía. Su casa, una rústica cabaña de estructura alargada y techo de paja, desapareció de su vista cuando se internó más y más en el bosque.

Cuando en la Cúpula Estelar brillaban las dos lunas y el mar de estrellas tintineaba en la noche gélida, Adele sintió miedo. Se había perdido. No encontraba el camino. Pero tampoco había camino.
La muchacha había estado caminando a pie desnudo por los altibajos del bosque llenos de vegetación, raíces y algún que otro ciervo.

Pero ahora se encontraba en un punto donde el silencio llenaba de congoja su corazón. Ni siquiera el ulular de las aves nocturnas parecía existir en aquella parte del bosque.

-Desearía poder encontrar un camino, pues la muerte fría del bosque nocturno es cruel y despiadada, y aunque nadie echaría en falta mi ausencia ya echo de menos el calor de mi hogar -musitó Adele mirando en derredor.

Y sus palabras parecieron escuchadas, por primera vez, por alguien que aún era invisible a sus ingenuos ojos.
Sorteando una raíz de antigüedad tan lejana como la sabiduría de los planetas Adele encontró una senda sinuosa que serpenteaba entre los árboles y desaparecía en un recodo por detrás de una roca gigantesca parcialmente oculta bajo capas de musgo y plantas trepadoras.

Adele caminó por el sendero y agradeció poder sentirlo tan mullido bajo sus pies. Después de todo un poco de comodidad era algo que agradecer.
Cuando giró la curva descubrió un sendero recto flanqueado por espejos que colgaban de las ramas de los árboles.

Los espejos, de todas las formas y tamaños, colgaban de hilos de plata que emitían destellos cuando eran alcanzados por los rayos lunares, y sus reflejos en el frío cristal brillaban como diamantes.
Pero algo curioso ocurrió cuando Adele pasó por el sendero. Ningún espejo le devolvió su imagen. Era como si la muchacha no estuviera caminando realmente por allí.

Sintió miedo y una brisa helada le llegó desde la espalda. Se frotó los brazos y caminó con paso ligero hasta que encontró una casa magnífica de dos pisos de altura y grisáceas columnas de mármol. Su tejado era negro, alto y picudo, y de él sobresalía una retorcida chimenea de piedras ennegrecidas. Las volutas de humo navegaban perezosamente por la bóveda forestal hasta que conseguían atravesarla y se perdían en la negrura de la noche.

Una curiosa valla de maderas blancas cerraba la casa pero una portezuela blanca estaba abierta, invitando a la curiosidad de Adele a entrar.
Y entonces pensó que no era sólo la curiosidad lo que hizo a sus pies adentrarse en la parcela, era también el frío y el hambre lo que hizo que la muchacha llamara a la puerta de caoba.

-¿Hola? -preguntó Adele a la puerta. Nadie contestó-. ¿Hola? Soy Adele Aladorada, del clan de los hechiceros de Derill, ¿podrían abrirme la puerta?

Y la puerta, como si poseyera voluntad propia, se abrió sin apenas rechinar sobre sus goznes. Algo muy extraño debido a las condiciones climatológicas del bosque.
Pero la verdad era que todo en aquella casa parecía tan exquisito y regio como sobrenatural e imposible. Su casa, una simple cabaña de los bosques, era un montón de heno en comparación con aquella mansión de la que nunca antes había oído hablar.

-Dime, mi niña, ¿qué es lo que has visto en los espejos? -Adele se asustó, pues desde un palco de las escaleras una mujer le formuló la pregunta. Era alta y de belleza soberbia. Poseía un espléndido vestido de satén granate y su pelirrojo cabello quedaba sujeto en un regio recogido como los que llevaba la realeza.
-No he logrado ver nada -se sinceró Adele bajando la mirada algo abrumada. La mujer de cabello rojo y brillante soltó una recatada risilla y bajó los escalones con un porte tan majestuoso que a Adele le sorprendió que viviera sola en aquella mansión. Pues, si viviera con más gente alguien habría abierto la puerta.
-Por favor, siéntate a la mesa. Hay una estupenda cena esperándote.
-¿Esperándome? -preguntó Adele con cautela. Sin embargo la mujer caminó a escasos centímetros de ella y desapareció bajo el umbral de un precioso arco de mármol.

Adele la siguió hasta un elegante comedor perfectamente iluminado donde un exuberante festín aguardaba a la luz de unas cuantas velas.
La mujer se sentó en una silla de altísimo respaldo acolchado e invitó, con un regio movimiento de mano, a que Adele tomara asiento.

La cena transcurrió en silencio. La mujer no era de muchas palabras. Y en realidad ni siquiera sabía su nombre.

-¿Qué importa mi nombre, pequeña, cuando en este mundo nadie es lo que parece ser? -la respuesta fue tan fulminante que Adele no se atrevió a decir nada más.
En su lugar, la muchacha agradeció la cena y salió del comedor sin encontrar la salida. ¿Dónde estaba la entrada? Adele juraría haber visto la puerta en aquella pared de colores pardos y elegantes cuadros de animales salvajes.

-¿Por qué no buscas la salida en el piso superior? -preguntó la mujer desde el comedor.
¿Cómo era aquello posible? La salida, según recordaba, estaba en el piso inferior. Estaba delante de ella, pero por algún extraño motivo no podía ver la puerta. ¿Sería aquella mujer una peligrosa hechicera?

Intentando no caer en la locura y la desesperación, Adele subió las escaleras y se encontró un larguísimo corredor adornado únicamente con espejos. Y nuevamente ninguno de ellos le devolvió su reflejo.
Era extraño y amenazante.

Pero finalmente encontró la puerta que daba al exterior. Invadida por la emoción, Adele tiró del picaporte y se encontró otra habitación, algo más oscura y llena de artículos de hechicería.
En el interior estaba la mujer pelirroja. Tenía entre sus manos un pote de cristal cuyo interior estaba lleno de agua y en ella nadaba un diminuto caimán. Pero entonces abrió la tapa y el caimán salió del interior transformado en una bella y lumínica mariposa de alas de plata.

La mujer de vestido y cabello rojizos miró a la muchacha con una tierna sonrisa en su rostro y dijo, como la madre que intenta convencer amablemente a su hija de algo:

-Eres nuestra hada.

Entonces Adele, tan asustada como cohibida replicó con los labios apretados:

-Soy una bruja, no un hada. ¡Y ahora déjame salir de aquí! ¡Quiero salir de aquí!

La mujer pelirroja hizo un movimiento con la cabeza señalando una portezuela de madera desgastada y Adele corrió hacia ella. Se agachó, abrió la puerta y traspasó los muros de la casa. Sus manos tocaron algo blando y se dio cuenta de que eran las hojas muertas del bosque. Cuando salió de la portezuela vio que había salido de un agujero del tronco de un árbol. ¡Qué locura era todo aquello!

Pero cuando Adele decidió caminar y dejar atrás todo lo que parecía estar relacionado con la demencia de una mansión y una bruja de arrebatadora belleza, de nuevo el frío y la sensación de haberse perdido hendió su confianza y volvió a apretarse los brazos con sus temblorosas manos.

¿Pero qué era aquello? Tras la maleza había un sendero y al final del sendero un círculo de casas grises se cerraba alrededor de éste.
Las casas, tan apagadas y monótonas, parecían deshabitadas.

Y entre casa y casa había un espejo enorme de marco sucio y desgastado. Pero lo que a Adele le sorprendió fue el hecho de que aquel espejo sí parecía querer devolverle el reflejo. Pero además, la Adele que se veía en su interior parecía distinta. Sus ojos parecían distintos. Parecía feliz.

Adele avanzó una mano y acarició la fría superficie descubriendo como la yema de sus dedos se hundía en el espejo como si se tratara de agua. Invadida nuevamente por la curiosidad, Adele traspasó completamente el espejo.

¡Pero qué maravilla era todo aquello! El bosque detrás del espejo era claro, pues la luz del sol bañaba todas y cada una de las hojas de refulgente verdor. Los troncos estaban húmedos pero robustos y las ardillas jugueteaban alegremente por las ramas.

¿Y qué era lo que veía a través del espejo? Las casas que antes eran grises y deshabitadas ahora se veían de colores claros y alegres. Las ventanas estaban limpias y abiertas y algunas personas asomadas saludaban a Adele con una agradable sonrisa en sus rostros.

Pero entonces vio como por el sendero caminaba un grupo de personas con la misma expresión de alegría que ella tenía ahora en su cara.
Pero lo más sorprendente fue que la mujer que lideraba el grupo no era ni más ni menos que la hechicera pelirroja de la mansión. Su cabello ahora estaba suelto y a merced de la cálida brisa que recorría el bosque. Su cuerpo tan sólo estaba cubierto por una finísima túnica de gasa blanca y sus pies estaban descalzos.

Pero había más. Todos los hombres y mujeres que había detrás de ella mostraban una indumentaria muy parecida a la suya.

Cuando la dama pelirroja y los demás se detuvieron frente al espejo miraron a Adele y aplaudieron con euforia. La mujer pelirroja se inclinó hacia el espejo y tendió su mano.

-El mundo es diferente cuando tú cambias tu propio mundo. Soy Caillean y tú eres nuestra hada.

El miedo y la desconfianza desaparecieron de Adele una vez supo quién era. Con los ánimos renovados la muchacha asió la mano de Caillean y salió del espejo sintiéndose feliz y renovada.

4 comentarios:

  1. He disfrutado mucho de la lectura, pero se me ha hecho corto. Esta historia pide ser continuada :)

    Me pasaré por este blog de vez en cuando

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  2. Muchas gracias por tu comentario ^_^ Lo curioso es que no sé si podría continuarla porque esta historia está basada en un sueño que tuve.

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  3. Y dónde están esos espejillos que voooy...? jejeje muy bien Jess, me gusta este cuento.

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  4. Me alegro que te guste ^^ En mio sueño todo era más "Alicia en el País de las Maravillas" pero cuesta plasmarlo todo en un blog @,@

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